: - ¿Tienes algún deseo, niña?
: - Sí, que me escuchen y ser entendida...
Ella no escuchaba su alma, no hasta el entonces donde escuchó unos extraños ecos en el interior de su corazón, desconocía el vasto silencio que se hacía presente en sí misma puesto que el bullicio de la gente le hacía pensar que ella no estaba más sola pero ella sabía bien que la compañía no era tener muchas personas alrededor, sino ser entendida, ser escuchada, que abracen su cuerpo frágil cuando la incertidumbre la hiciera arrebatarse de ira y querer destruir todo a su paso. Ella era temperamental pero buscaba amor en unas palabras cálidas de comprensión, que no la tomasen por infantil porque tenía un corazón difícil de descifrar.
Le decían que le amaban, que por ella todo harían, sin embargo las acciones a veces decían algo diferente, su sinceridad era capaz de derrumbar muros de mentiras y su voz al gritar sonaba con tanto ímpetu que hacia temblar hasta el más duro de los seres humanos: era su pasión y su peor defecto según quien la estimaba por sobre todas las cosas. Cuando ella escuchó esas palabras se quedó perpleja, no entendía como la franqueza podría ser motivo de violencia para quienes amaba y se decía así misma que tal vez la humanidad no estaba lista para alguien como ella y por eso se entendía más con las sombras de su duda que con un simple ser humano. Extrañada, decepcionada y confundida soñaba con el día que la escuchasen y no esquivasen esas dudas tan simples, que la ayudaran a lidiar con la incertidumbre. Hasta hoy ni el más prometedor individuo que se cruzó en su camino pudo entenderla, más sí juzgarla porque en lugar de tomar su mano y abrazarla para oír sus palabras, la tildaban de todos los calificativos habidos y por haber. Piensa aún si vale la pena apostar pero por ahora decide aguardar y sostener su corazón. No quiere perder la razón de nuevo. Cuidate, niña.